Tampa Bay, FL. A ver… cómo decirlo sin que duela de más, los Cardenales cayeron 20 a 17 en Tampa Bay y esa sensación ya familiar volvió a aparecer, ese pequeño "híjole, otra vez no" que se te queda pegado todo el día, y bueno, con esta derrota el equipo cae a un récord de 3-9, lo cual también pesa y se nota en cada gesto.
Jacoby Brissett tuvo un partido intenso, uno de esos donde avanzas mucho, pero igual te quedas con la sensación de que faltó algo. Terminó con 301 yardas, dos touchdowns y una intercepción, números que suenan bien, pero que al final no alcanzaron porque en los momentos clave el cierre no llegó, como si la ofensiva se apagara justo cuando estaba por rematar.
Trey McBride volvió a ser ese jugador que nunca falla, el que te sostiene cuando todo alrededor tiembla, atrapó ocho pases para 82 yardas y un touchdown de 15, y es impresionante lo constante que está jugando, como si tuviera un imán en las manos. Cada tercera oportunidad complicada, ahí aparece, firme, confiable, quitándole un poco de peso a un equipo que necesita buenas noticias.
También estuvo el regreso de Marvin Harrison Jr., que ya de entrada te levanta un poco el ánimo, terminó con seis recepciones para 69 yardas, y aunque no estaba para ir a toda velocidad, su simple presencia ya obliga a las defensas a pensarlo dos veces, abre espacios, genera atención y te deja ese toque de esperanza que hacía falta en la ofensiva.
La defensa tuvo chispazos importantes y otra vez Josh Sweat apareció como un rayo, sumó dos sacks más y ya llegó a 11 en la temporada; está jugando con una seguridad tremenda, de esas que se sienten desde la línea de golpeo, como si supiera exactamente cuándo romper la jugada y poner de cabeza al quarterback rival.

Y al final del juego, Jonathan Gannon habló con una mezcla de frustración y claridad, dejando frases que dolieron más porque eran ciertas. Dijo: "Este juego se definió por unas cuantas jugadas en las tres fases, tenemos que ejecutar mejor los detalles si queremos ganar", y sí, se siente fuerte escucharlo, pero es la realidad de este 3-9.
Emocionalmente, el equipo anda cargado, no derrumbado, pero sí con ese peso acumulado de perder juegos cerrados una y otra vez; es como caminar con una mochila que cada semana trae una piedra nueva, nada imposible, pero definitivamente desgastante. Aun así, se nota que la chispa no se apaga, esa pequeña ilusión que hace que todos piensen en el próximo domingo.
Otra jornada dura para Arizona, otra lección que pica, pero también otro recordatorio de que el equipo sigue peleando, que todavía hay destellos, que todavía hay jugadores que levantan la mano, y a veces eso es suficiente para seguir respirando y creer que la historia puede cambiar.












